La forja de una biblioteca
Los que imagino que leen mi blog, repositorio para los libros que leo y las series de anime que he visto (extraña combinación que quizá se deba a que tanto goodreads como myanimelist son muy malos sitios, a diferencia de letterboxd) les parecerá extraña mi colección de lecturas que si bien son de un tamaño considerable no parecen estar orientadas a algún oficio o gusto literario sino que son un popurrí de diversas épocas y campos de conocimiento perezosamente listados de la forma más sencilla.
Mi relación con los libros empezó de forma tardía, siendo niño no era un lector precoz (aunque mis padres se tomaron el deber de leerme) ni he sido de ninguna forma excepcional en ningún área académica, a pesar de que mis mayores insistían, con poca evidencia, en mi supuesta inteligencia, aunque creó que mi curiosidad e imaginación han compensado por mi natural falta de talento. No fue sino hasta los doce o trece años –cuando hasta entonces, en la soledad de mi cuarto, me dedicaba a aprender inglés con el método de la inmersión, con el propósito de ver reseñas de videojuegos y leer comics– que motivado por la necesidad de demostrar mi superioridad intelectual sobre los demás empecé a leer a la república de Platón.
Hasta entonces solo había leído (y mal) la fundación de Asimov, picado por la curiosidad al escuchar las conversaciones de mi padre y saciando mi gusto preexistente por la ciencia ficción y la fantasía. Fue con la república que realmente se inició mi gusto por la lectura, a pesar de que mi pueril mente quizá no estaba preparada para comprender todas las argumentaciones filosóficas, ni las sutilezas y puntos clave de la cultura helenistica presentes en el libro, pero incluso a pesar de mi ingenuo acercamiento, aún recuerdo con felicidad muchas partes de mi lectura, en particular la sección final en donde Sócrates describe el ascenso de las almas al cielo.
De ahí leí algunas cuantas cosas, principalmente empujado por las opiniones de los otros y a pesar de que era un lector voraz de foros de internet, no logré leer demasiado hasta los 17 cuando, por motivos personales (y bastante desagradables), la tristeza me impulsó a leer crimen y castigo y otros clásicos de la literatura. Desde entonces me he puesto serio con los libros y no ha pasado un año en que no concluya por lo menos tres lecturas (la mayoría adquiridas en físico) cosa que es una extravagancia en mi milleu social (incluso como futuro bachiller en un área de las humanidades).
Mi eclecticismo en el gusto literario sin lugar a dudas está influido por la internet, conocí siquiera la existencia de la república por un post en un tablón de imágenes de un usuario que la recomendaba como “lectura obligatoria” para toda persona educas, de la misma forma me ha llegado noticia Borges, de Pynchon, de los idealistas alemanes y los trascendentalistas gringos (mis primeras fascinaciones literarias). A través de la internet uno tiene acceso a todo, y por esto nos llegan todos los sabios de todas las esquinas y épocas históricas al mismo tiempo. Pobres (aunque más juiciosos) eran los bibliófilos del pasado que solo podían leer los libros que llegaban a su esquina del mundo, muchos días imagino el horror que sería vivir en donde vivo en el pasado, que miserable sería mi existencia si no tuviera acceso a tanta diversidad.
Sin embargo hay algo más en mi afecto que ha guiado mis lecturas, no es solo la influencia de muchos extraños que involuntariamente me han apuntado a ciertas lecturas, sino también una imaginación que se hace profundas ilusiones. Siempre he buscado a algún autor por alguna razón en particular, leí a Montaigne y a Erasmo porque quería asimilar su mundo a las antípodas del medioevo; a Thoreau porque, como él, quise desaparecer en la contemplación de la naturaleza; y a Pessoa y a Cioran porque quise conmiserar sobre el aparente vacío y futilidad de nuestra existencia. En suma, siempre he llegado a los libros con una fe.
La fe que alimenta mis lecturas es la de que en siempre hay algo de valor en el siguiente volumen, que mi vida está estática, constipada, y que necesita de un sentimiento de algo para continuar, de que en Gogol o en Dostoyevski posiblemente se encuentra el centro del mundo, la respuesta todas las cosas, un microcosmos que al representar solo unas cuantas cosas es un trasunto de la divinidad del universo, jamás he leído algo que piense que no sostiene dentro de sí esta posibilidad de trascendencia. Pero el momento nunca llega, a pesar de que encontremos algo valioso, y sepamos algunas cosas de muchas cosas, nunca es suficiente –y en algunos casos, Dios sabe que la ilusión es mayor que la realidad– y esto nos retorna a nuestro estado anterior, a buscar más que leer.