El reemplazo de los artistas humanos en la construcción de arte comercial por la inteligencia artificial es un fenómeno inevitable. De la misma forma en la que la reproducción mecánica robó a la obra de arte pictórica del sentimiento sacral que tiene y, en principio, permite la accesibilidad de la experimentación visual a la mayoría de las personas (expandiendo el campo del arte desde las exclusivas obras de los pintores de corte hacia la ilustración popular de un Bruegel o Gustavo Doré); la inteligencia artificial nos roba completamente de una concepción natural del arte a través de su inherente reorientación hacia el capital, es decir, lo que la inteligencia artificial logra es la total cosificación del arte.

El fenómeno de la cosificación, descrito por Gyorgy Lukacs, concibe al fenómeno del fetichismo de mercancía –esto es la apariencia de que los objetos tienen un valor inherente y desligado de su valor de uso– como característico de toda la estructura de la sociedad. De esta forma para Lukacs la ciencia, la ciencia económica y el trabajo intelectual en general son sujetos de esta abstracción (opuesta a la concretitud del pensamiento marxista) de ser concebidas como garantes de valor objetivo e independiente y por ende cosificadas.

Es de esta forma como para Lukacs, fenomenos tan diversos como el periodismo, la ciencia jurídica y la filosofía moderna, al estar sujetos a sus propias reglas internas, se apartan de la realidad concreta e inmediata. Frente a esto Lukacs suele aludir a un contraste entre el modo natural de encuentro por los objetos ejemplificado en la antigüedad europea, que al estar más conectada al “valor de uso”, exhibe modos de pensamiento más directamente conectados a la naturaleza social del hombre.

La obra de arte, en específico el arte dramático, es descrito en la antigüedad por Aristóteles como producto del deseo del hombre por imitar y ver imitaciones. La sociedad ha inventado diversos modos de retratar a los hombres de acuerdo con el ánimo, la gravedad para las epopeyas y la jocosidad para las comedias. De esta forma el filósofo concebía a las distintas artes dramáticas como sirviendo un rol particular dentro de la naturaleza de los seres humanos. Ciertamente la función del dramático en atenas era una de gran relevancia social, ellos eran tonto omnipresentes creadores de costumbres (Homero, hesiodo), agudos críticos sociales (Euripides, Aristófanes).

La forma moderna y cosificada del drama es naturalmente el cine. Solo en el cine dentro de las artes, como en la producción de mercancía fetichizada, se ha logrado una industrialización y racionalización de la producción de arte al nivel de la fabricación industrial. La industria del cine emplea miles de profesionales tanto artísticos como mecánicos (como reflejo de la división del trabajo) y se guía a través de una lógica del crecimiento infinito capitalista en donde históricamente se emplea mayor capacidad de trabajo para producir mayores retornos (Pienso en los fracasados épicos de los 60, y su analogo más moderno, el llamado “blockbuster”).

El resultado de esta racionalización es la adopción del modelo de la ip (intelectual property). Dada la cantidad de recursos que el sistema hollywoodense emplea en producir películas incrementalmente redituables, ensambladas en el ambiente técnico de los estudios cinemáticos, no tiene sentido que el producto final sea el resultado de una visión artística particular sino que naturalmente debe ser una franquicia de la cual el estudio tiene propiedad. Es bajo esta redefinición del rol de los obreros cinematográficos con respecto a su material que Star Wars puede ser concebida, no como el producto de la mente autorial de George Lucas y un grupo selecto de artistas visuales, sino como un milieu en el cual desarrollar infinitas versiones de un producto.

Con la concepción del cine como ip y por ende como producto, la industria del entretenimiento logra reemplazar la idea de arte por la de contenido. La visión de Aristóteles del drama como imitación de la humanidad es ante todo reemplazada por una concepción de él como producto mercantil. De esta forma, la intención autorial de representar algún aspecto de la sociedad es ignorada en favor del factor entretenimiento. Es bajo estas condiciones que el contenido generado con inteligencia artificial puede ser hecho equivalente al arte, en tanto el es productor de “contenido”.

Cuando el autor cesa de tener importancia y el énfasis es puesto en la producción de un contenido genérico cuyo valor se juzga en términos económicos es solo natural que el contenido generado con IA sea equivalente a un producto humano, y en verdad superior en tanto no está sujeto a los caprichos de creadores humanos, sino que puede ser algorítmicamente afinado para producir el producto más rentable posible.

Es bajo esta forma de producción que el “lector” de una obra de arte se convierte en un consumidor, pues no está interesado en el drama por sí mismo, siguiendo la definición aristotélica de una cierta fabricación ligada a la mimesis, sino en el producto final: la ip como objeto de consumo desligado de su estatus como arte. La IA es la cúspide de la visión consumista moderna pues estima los deseos del consumidor completamente por fuera de la realidad del drama como producción humana, es decir como una actividad.