Toda nuestra apreciación de las obras humanas, los libros, películas, mangas o series de televisión, están sujetas a el tiempo y la memoria. Una buena película o libro se nos hace buena en la experiencia es decir, en nuestra memoria y solo como momento transitivo, como una especie de discurso en nuestra cabeza y de ninguna forma como si tuviéramos una copia del objeto en nuestra cabeza. Digo esto sin negar la posición realista que afirma que cuando percibimos algo lo vemos en realidad como es, ciertamente aquello que recibimos no es una invención de nuestra subjetividad sino un objeto que existe y tiene unas características concretas; sin embargo a diferencia de los objetos comunes que digerimos por completo al mismo tiempo, un texto solo puede ser consumido en una serie de instantes, con lo cual solo puede generar una impresión definitiva en un contexto temporal, y por ende contingente. En otras palabras -y que creo que esto ha indicado la filosofía hermenéutica por otro medios- las obras humanas de este tipo están en un dialogo constante con nosotros, no son consumidas de la misma forma en que una mesa puede ser consumida por nuestra percepción sino que nos continúan hablando en diversos niveles de intensidad a través de nuestra vida.

Esta realización tiene consecuencias profundas, ya Humberto Eco señalaba como los libros no son un objeto de consumo, que son más bien una especie de medicina, cada libro puede ser algo necesario en diversos momentos de la vida de una persona y por esto el lector no debe necesariamente comprar libros para leerlos inmediatamente (entiéndase consumirlos). Al leer a un autor no lo exhaustamos sino que entra a ser parte del dialogo de una mente y dicho discurso puede ser integrado o desintegrado -pero incluso en su desintegración permanece en la memoria como ejemplo negativo, como contraste a lo que la mente acepta- por el intelecto del lector. Bajo esta visión la lectura debe ser contrastada completamente con el "consumo de contenidos" moderno o cualquier otra actividad cuya meta evidente sea la finalización, como serían por ejemplo las actividades vegetativas y puramente animales, y cuya forma principal es la crítica o el contraste resultante del dialogo interno.

La lectura sin crítica y contraste es el "consumo". La ideología del consumo de contenidos que los estadounidenses resumen en la palabra popular de "media" es exactamente lo opuesto a la lectura y debe ser examinado como un fenómeno completamente distinto al de la lectura. El consumidor que consume obras de artes por ejemplo, no es para nada un amante de las historias como diría Aristóteles sino un intemperante que abulta sus ojos de letras o imágenes secuenciadas con el propósito de mantener a su mente transfija y no para degustar aquello que aprehende. Lo que caracteriza a estos consumidores es que, incapaces de distinguir y criticar, gustan de todo y son completamente incapaces de dialogar más allá de la apariencia de mérito de una obra u otra, de esta forma, como en la historia de Funes el Memorioso, todas las experiencias se les hacen iguales en su mente porque es la diferencia lo que fundamenta la vida humana.

Aquellos que mantienen una relación acrítica con los textos son por lo tanto consumidores y no experimentan en verdad el texto. Consumidores son los cinéfilos que dogmáticamente observan el canon de los oscares, el cine de autor y el complejo hollywoodense, y que solo discurren sobre la grandeza de los directores reputados. También los mal llamados filósofos eclécticos, que al nunca decidir sobre posturas filosóficas se convierten en meros recitadores de citas e hiladores de discursos superficiales, y tras tal homogenización no son ni eclécticos ni filósofos. Y de la misma forma lo son todos los seguidores de lo nuevo y lo popular. Nuestra era desprecia al snob que aparentemente desea contradecir la opinión popular para satisfacer su propia soberbia y le ha dado paso a la ideología del consumo, cuando en realidad es la capacidad de distinguir y contrastar -aún la subdesarrollada del soberbio contradicente- la que posibilita toda lectura.

La finalidad de la obra para el consumista es el entretenimiento que por ejemplo se le suele dar a la crítica de cine es, si bien en apariencia razonable, completamente inadecuada a una verdadera lectura, que una película te pueda dejar transfijo es en realidad un criterio muy bajo y una excusa para su recepción acrítica. Para la lectura no necesitamos esta clase de metas sino metas relacionadas con la vida humana, en este sentido el marxismo, el feminismo e incluso el moralismo proveen un armazón con el cual examinar una obra, de esta forma el lector entra al mundo de la obra completamente preparado para confrontarla con sus propias estéticas y visiones del mundo. Una crítica que no es partidaria es demasiado superficial y acrítica aún. Solo cuando esta polarización de las experiencias sea practicada es que una verdadera conversación sobre el texto y sus diversas recepciones puede iniciar.